Mi gente linda
Como es costumbre cada año la ilustre municipalidad de mi pueblo, para celebrar su día, organizó un viaje en tren. Partiría desde Antofagasta hasta Mejillones. En el tren nos reuníamos viejos vecinos, amigos que por diversas razones nos habíamos alejado de nuestro pueblo querido. Ya hace muchos años que este tren no traslada pasajeros, pero en este viaje excepcional se nos regala, además, el poder compartirlo con los recuerdos, con aquellos Espíritus de otrora, largamente olvidados, que se transportan de nuevo.
Yo en volanda
La campana
El día
parecía que se había puesto de acuerdo con nuestra alegría.
Blanquita,mi madre, mi hermana Nancy y yo
La estación
de donde partiríamos en nada se parece a esas grandes estaciones de las grandes
ciudades llenas de pasajeros atareados y con prisas. Está prácticamente intacta
con sus pisos recién encerados, y su hermosa estructura de pino Oregón pintada
de color verde conserva aquella magia que siempre tiene este tipo de lugares:
Cualquiera
podía sentarse allí, en cualquier banco, y creerse una chica de los años
cuarenta esperando la llegada de la persona a quien amaba.
Grande fue nuestra sorpresa al encontrar a una señora vestida, precisamente, a la usanza de aquellos años, que movía su abanico elegantemente. Estaba sentada en un banco de la vieja estación .Sigilosamente me acerqué, para entablar una conversación.
Penelope
_Hola, que
bonito el vestido que llevas puesto, le dije
-Hola, _me
respondió _¿sabes donde hay que tomar el tren de la pampa?
_Aquí mismo,
pero hay que esperar a que llegue más gente, le contesté.
-Y a qué
hora llegará _me preguntó, y vi sus ojos empañados de lágrimas-
Mientras
tanto el andén se llenaba de pasajeros ilusionados por el viaje que
pronto iban a emprender.
Mi hermana
no dejaba de observar a la extraña pasajera y me dijo:
_ ¿No
encuentras que esa señora se parece a Penélope, la mujer que espera y
desespera?
_ ¿Penélope
la de Ulises? La interrogue
_No, tonta_
me respondió_ Penélope, aquella pasajera que esperó eternamente a su amor en el
andén de un tren.
Y nos pusimos a reír calladamente, de espaldas a la singular viajera, pues yo sin querer evoqué a la Penélope de Ulises, aquella que lo esperó en Ítaca a que regresara de la guerra tejiendo en un telar. Esa mujer que fue fiel y devota, paciente y abnegada, que se encontraba instalada en la esperanza.
-Señora_ le
dije a la extraña pasajera_ debemos abordar el tren ya ha sonado el silbato.
_Vayan
ustedes, yo me quedaré aquí esperando al otro tren que viene llegando, nos
contestó. Mientras, sus ojos parecían llenarse de luz.
_Cuál es su
nombre _ le pregunté de pura curiosa.
-Penélope,
me contestó.
Y nos subimos al tren de las
emociones y sentimientos de tanta gente. El tren se puso en movimiento sobre los rieles
relucientes. Entonces pudimos observar el paisaje árido, el sol y el
viento que nos acariciaban la cara, la libertad, el tiempo que vuela y a la vez
se detiene, mientras nos alejábamos de la ciudad.
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