31 ene 2013

EN EL TREN DE LOS RECUERDOS







 Mi gente linda




Como es costumbre cada año la ilustre municipalidad de mi pueblo, para celebrar su día, organizó un viaje en tren.  Partiría desde Antofagasta hasta Mejillones. En el tren nos reuníamos viejos vecinos, amigos que por diversas razones nos habíamos alejado de nuestro pueblo querido. Ya hace muchos años que este tren no traslada pasajeros, pero en este viaje excepcional se nos regala, además, el poder compartirlo con los recuerdos, con aquellos Espíritus de otrora, largamente olvidados, que se transportan de nuevo.

  Yo en volanda

Este año, mientras esperábamos mi hermana y yo, que el tren de los recuerdos partiera decidimos recorrer la estación y aprovechamos a sacarnos unas fotos. Como dos mocosas ávidas de aventuras nos subimos en una añosa pero bien conservada volanda, por si el tren nos deja _le señalé_ muerta de la risa. Ella corrió a tocar una reluciente campana de bronce.
 La campana
El día parecía que se había puesto de acuerdo con nuestra alegría.
 Blanquita,mi madre, mi hermana Nancy y yo
La estación de donde partiríamos en nada se parece a esas grandes estaciones de las grandes ciudades llenas de pasajeros atareados y con prisas. Está prácticamente intacta con sus pisos recién encerados, y su hermosa estructura de pino Oregón pintada de color verde conserva aquella magia que siempre tiene este tipo de lugares:

Cualquiera podía sentarse allí, en cualquier banco, y creerse una chica de los años cuarenta esperando la llegada de la persona a quien amaba.

 Grande fue nuestra sorpresa al encontrar a una señora vestida, precisamente, a la usanza de aquellos años, que movía su abanico  elegantemente. Estaba sentada en un banco de la vieja estación  .Sigilosamente me acerqué, para entablar una conversación.
 
 Penelope


_Hola, que bonito el vestido que llevas puesto, le dije

-Hola, _me respondió _¿sabes donde hay que tomar el tren de la pampa?

_Aquí mismo, pero hay que esperar a que llegue más gente, le contesté.

-Y a qué hora llegará _me preguntó, y vi sus ojos empañados de lágrimas-

Mientras tanto el andén se  llenaba de pasajeros ilusionados por el viaje que pronto iban a emprender.

Mi hermana no dejaba de observar a la extraña pasajera y me dijo:

_ ¿No encuentras que esa señora se parece a Penélope, la mujer que espera  y desespera?

_ ¿Penélope la de Ulises?  La interrogue

_No, tonta_ me respondió_ Penélope, aquella pasajera que esperó eternamente a su amor en el andén de un tren.

Y nos pusimos a reír calladamente, de espaldas a la singular viajera, pues yo sin querer evoqué a la Penélope de Ulises, aquella  que lo esperó en Ítaca  a que regresara de la guerra tejiendo en un telar. Esa mujer que fue fiel y devota, paciente y abnegada, que se encontraba instalada en la esperanza.
 
-Señora_ le dije a la extraña pasajera_ debemos abordar el tren ya ha sonado el silbato.

_Vayan ustedes, yo me quedaré aquí esperando al otro tren que viene llegando, nos contestó. Mientras, sus ojos parecían llenarse de luz.

_Cuál es su nombre _ le pregunté de pura curiosa.

-Penélope, me contestó.
Las voces cantoras de una tuna nos sacaron de aquel ensueño.

Y nos subimos al tren de las emociones y sentimientos de tanta gente. El tren se puso en movimiento sobre los rieles relucientes. Entonces pudimos observar  el paisaje árido, el sol y el viento que nos acariciaban la cara, la libertad, el tiempo que vuela y a la vez se detiene, mientras  nos alejábamos  de la ciudad. 




11 ene 2013

DULCES BESOS DE PALMA



Tus besos son mis fortunas,
si febriles se deslizan
y, a toda mi piel erizan;
ellos entran por mis dunas
sinuosas, como mis lunas
que gozan bajo tus manos.
Y entre gemidos livianos           
yo me entrego a sus delicias
que son para mí primicias,
al sudar mi vientre en llanos.       
 
Tus caricias dan sentido
estremeciendo el vacío,
de este árido cuerpo mío,
cuando tu cuerpo encendido,
explosiona en lo vivido
y se resplandece mi alma  
que reposa con la calma,
en el tiempo suspendido,
del espacio renacido,
en dulces besos de palma. 

 

8 ene 2013

EL RETRATO



Retrato de Adele Bloch de Gustave  klimt



Su rostro espiritual, sereno,
insinúa una sonrisa complaciente.
Su cuerpo delgado, elegante,
se funde en un respaldo
de mosaicos y piedras preciosas,
amarillo como un panal de  abejas
que bulle en el verano.
Sus manos frágiles, ladeadas,
las lleva al pecho:
parecieran querer arrancar
un sufrimiento en el corazón y el alma.
Tal vez
el amor le fue esquivo.
Sus ojos arrogantes, transigidos
miran al vacío.
Envueltos en oro y oleo.