
Enamorada y sin prejuicios
desterré fantasmas de soledad,
con una carta bajo la manga.
Diciéndote: ¡Yo te amo!
Nos miramos, frente a frente,
tan solitarios, tan desnudos
a plena luz, disfrazándonos de risa,
y fluyó la pasión y los deseos.
¡De comernos, enteros, a besos...!
y alimentaste mi codicia
con tu viril presencia,
atravesando, todos mis huesos
calcinados de siglos.
Entonces fui entre tus manos
de madera y hierro,
miel empalagosa, como el alma
lozana, libre y caprichosa.