La camanchaca de la mañana se desvaneció, el alegre sol de abril iluminaba aquel paisaje que tantas veces había visto, sin llegar jamás a cansarme de su belleza. Al fondo, el piélago azulado caía impetuoso sobre las rocas, como un ave de presa, levantando explosiones de efervescente espuma, con un ronco grito de triunfo. Allí estaban también las aves marinas, con aquellos salmos que más allá del espacio externo, penetraban en mi interior para llevarme hasta mí, un esperpento de recuerdos, hablándome de la vida y del misterio.
Sin embargo, la calle de mis ilusiones moría en ese día azul, dotado de trágica hermosura.
El sector del ferrocarril de Mejillones, era un recinto privado y estaba cercado, clausurado por todos lados. Allí vivíamos como una sola familia: los privilegiados del pueblo. Pero aquella empresa llegó a su fin. El ferrocarril se cerró, y todos sus operarios fueron trasladados con todos sus cachivaches hacia Antofagasta.
La corrida de casitas de la calle "C", una junto a otra, de pino oregon, con sus pisos de relucientes maderas , desoladas y vacías, miraban con sus fantasmales ventanas el hermoso paisaje de un mar blando, y de sus estructuras débiles emanaban tantas remembranzas: risas antiguas de niñez, trenes desvencijados, veranos y niños con el torso desnudo, las campanas de la iglesia de calamina, con su torre revestida también en barnizado pino oregon, el paso de los espectadores al único cine del pueblo en sesiones vespertina y de noche.
Se me agolpaban límpidos los recuerdos del pito (silbato), que llamaba a los tiznados a trabajar, y el gringo con su lápiz en la mano para anotar a los que llegaban atrasados; la pequeña campana de la escuelita que se me perdió de vista, dónde estará escondida. Quizá de lo buitres faltos de escrúpulos de siempre, quisieran convertirla en chatarra de bronce.
Los mismos que desmantelaron las salitreras, y ahora lo están haciendo con mi amado campamento del ferrocarril,todo, todo envuelto en el vaho ignoto de la muerte.Sin embargo, la calle de mis ilusiones moría en ese día azul, dotado de trágica hermosura.
Allende las pupilas, las lágrimas corrían por mis mejillas bronceadas de sol.
Era curioso, pues yo pensaba que la muerte no podía presentarse en días luminosos como aquél. La muerte, para mí, estaba asociada a la oscuridad nauseabunda de un frío hormiguero y no era compatible con un bello día otoñal, en el que las olas cantaban sus himnos a ese cielo azul que las escuchaba, contestándole con el canto de sus gaviotas.
Casitas de Mejillones(Estación de ferrocarriles)
1 comentario:
hola hermanita querida, que agradable leerte y saber de ti, un beso afectuoso a la distancia y felicitaciones por tu exelente trabajo.
Con cariño tu hermano.....
Principe Kan
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