La noche está silenciosa, se opacaron los ruidos de las máquinas. El griterío de los niños no se escucha. No logro entender por qué todo ha cambiado, así, de repente. Entre la bruma salpicada, las celadoras almas quedaron rondando por esas calles vacías. Aquel andén ha enmudecido.
El tren del día viernes parecía una cuncuna serpenteando por el desierto. Era un paseo semanal para los que viajaban a la ciudad a comprar, a ver el doctor, a tomarse exámenes médicos por algún mal del vientre, o tal vez visitar a un familiar.Teníamos que levantarnos con la claridad del alba.
Por la ventanilla se veía la inmensidad de la pampa, invadida por los postes del telégrafo y teléfono. El traquetear espontáneo de los trenes nos adormecía. La quietud dentro de los coches, se quebraba con el abrir de la puerta de la agente viajera, vendiendo sus productos: "café, café, hallullitas con chancho, al rico turrón con nueces y almendras".
O por las risas de niños jugando por sus pasillos. Era toda una odisea viajar en ellos. También, un agrado, para los viajeros frágiles, que comenzaban ilusionados un romance.
Los trenes de pasajeros, eran bien especial. Los coches de segunda tenían a los costados bancas de madera, como listones, y percheros de inmaculado bronce.
Los de carga eran arrastrados por fatigadas locomotoras negras ,diría, Neruda,que parecían un puntito en medio del desierto, eran a vapor, con carbón chileno.
"Fierro negro que duerme, fierro negro que gime,
Por cada poro un grito de desconsolación
Las cenizas ardidas sobre la tierra triste
Los caldo que el bronce derritió su dolor"
Curiosamente hoy muy pocos saben que el viaje se hacía detrás de las montañas y se demoraba hasta cinco horas: monótonas, para llegar a la ciudad. En la pampa se distribuían los carros, la estación se llamaba Prat y allí se concentraban todos lo convoyes salitreros que debían bajar a los puertos de Mejillones a Antofagasta. La espera nos inmolaba y nos ponía piel de erizo.
"Y el grito se me crispa como un nervio enroscado
O como la cuerda rota de un violín.
Cada maquina tiene una pupila abierta
para mirarme a mi."
La modernidad acabó con todo aquello, como también el traslado del ferrocarril.
Ahora veo como un espejismo, esos trenes desvencijados, chirriando entre el trapecio de los rieles con nostalgia. Quedaron como adornos en la calle principal de Mejillones, soliviantados de sol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario