- El calor majadero de las seis de la tarde aún se hacía notar sobre nuestras pieles, ellas adquirían un tono dorado espectacular, envidiado por la caverna de sureños que visitaban nuestras playas.
- Mis padres concientemente nos daban permiso a mis hermanitos y a mí, para bajar solos a la playa a jugar. (Eran otros tiempos)
- Un día, mientras fabricábamos castillos de arena, se nos acercó un anciano, no era del pueblo, alto, con enormes ojos azules como el océano.
- “Hola” saludó con un halo de tristeza.
- ”Hola, ¿de dónde es usted?” le pregunté, sin quitar los ojos de mis hermanitos.
- “Soy Hans y vengo llegando de Londres”.
- Comenzó a relatarme
- “Hace cincuenta años vivía es este pueblo, mis padres me trajeron guagüita desde Londres, he recorrido mis juegos de infancia al interior del campamento.
Visité mi antigua casa, la Nª5 de la calle “C”, esa que corresponde al barrio de los jefes que está frente al Club Inglés. No pude dejar de sentir nostalgia recorrer la cancha de tierra que cuando niño jugaba al fútbol, con los hijos de empleados y obreros chilenos, mi padre formaba competencias entre los ingleses del ferrocarril y las tripulaciones de la misma nacionalidad provenientes de los vapores. - ¿Sabes? sin querer me he visto con una varilla y una rueda de fierro que mi padre confeccionaba para todos los niños del barrio en la maestranza del ferrocarril...Me parece estar viendo a las niñas jugar a la payaya en estas finas arenas de la playa.
Súbitamente se vienen esos juegos y risas de infancia a mi memoria, ¡y cuando jugábamos a la chaya! “sus ojos se iluminaron y sonrió. - “¿La chaya?”_le pregunté curiosa, pues conocía el juego de la payaya que jugábamos con cinco bolitas de cristal.
- “¡Yes! La jugamos durante los veranos consistía en fabricar turros de harina envueltos en papel de seda amoldados con el palo de escoba, para luego lanzarlos a los transeúntes.”
- De pronto, el silencio, observaba con nostalgia los antiguos muelles de la bahía.
- Rápidamente, se paro y dijo: “no olviden de ir a misa mañana” Y se fue, perdiéndose en los mil colores del ocaso.
- No pude explicarle la evolución que comenzaba adquirir el pueblo…el clavicordio de las risas de mis cuatro hermanitos me saco de la vesania de mis pensamientos.
- Se acercaba el manto de la noche, mi padre desde la ventana, con un chiflido nos hizo subir para la casa.
(seguimos con fotografias de las playas de Mejillones)
2 comentarios:
para el debio ser mas especial compartir recuerdos de niñez, tal vez un escape de la evolucion que sufrio la ciudad.
es bello compartir esos recuerdos, lo se por experiencia.
un gusto leerte dia a dia linda maguita!
Gracias,lindo maguito,es un placer que me visites.
besitos
Sonia
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