Tocaba mi ventana, efusivo, palpitante, queriendo derribar mis muros, esos que como una artesana alfarera fabricaba día a día.
¿Por qué nos resultan tan indescifrables las leyes que rigen las relaciones humanas?
-¿Me quieres?
-Si, si, le contestaba, mientras estaba ensimismada con otra charla, dibujando con letras, en las caderas de la imaginación, un collage con pinceles de aire a Eros. Me divertía la audacia y el convencimiento de la pintura bergamota que pintaban la fiesta de palabras. Cuando trascendía sin querer, un verso apasionado.
-¿Cuánto me quieres?
-Mucho, mucho, cada día un poquito más. -Le decía.
La prueba que demuestra esta teoría se encuentra al alcance de todos: intenté enumerar los motivos por los que me enamoró. Y me surgían respuestas confusas e incluso contradictorias.
Y yo no podía, no era conveniente adentrarlo en mis pensamientos, ni en mis sentimientos, experimentaba un trastorno inexplicable, sin embargo decidí compartir esa quimera…intentando descifrar los códigos en los que me encontraba sumida por mi misma.
-No quiero perderte. Te quiero más de lo que te imaginas. ¡Te necesito! Me encantan tus sentires.
-¡Diablos! -Me dije.
Entonces acudí a Sigmund Freud, junto a otros pensadores, que dedicaron su vida a investigar en forma científica el funcionamiento de algunas dificultades mentales. Sobre todo la emocional.
Y él, golpeador de ventana como el mejor escultor de piedras logró derribar mis muros, me perdí dócilmente por el mar de su deseo, que me permitía volar por los aires amando caracolas y el sudor de sus olas. Escribiendo mis sentires a modo de terapia en trocitos muy parecidos a un poema. Y cansa la verdad.
Y como dice la canción: “y después de un tiempo de engañarnos todo quedó en nada, menta y limón”
Eran sueños desprovistos de esos finales felices que traen los cuentos.
Seguramente si estas locuras me volviesen aparecer…sin dudarlo, consultaré a la abuela Trinity, le invitaré a un tecito de melisa, mientras yo me deleito con un mate bien amargo. Pienso que sería la solución, para analizar minuciosamente mis sentimientos. Porque con los grandes pensadores, casi me volví loca.
Me costó un mundo quererlo, Porque pensaba que los sentimientos no entraban en este mundo de egos mal encumbrados. Y eso, lo tengo más que claro. Pero sé que si un día me miro a sus ojos cansados de tanta estrellas. Sabrá a ciencia cierta lo inmenso que era y es mi cariño.
...Y ya son cien años pasados desde que se asomó en el cielo su estrella. Todo lo que nace, reticente muere. Las estrellas que alumbran, caen en la niebla y su luz se pierde irremisiblemente.